viernes, 28 de agosto de 2009

La Revolución de la Independencia Paraguaya.

El Paraguay constituía una nación a principios del siglo XIX.
El proceso de emancipación de las colonias españolas sorprendió a la provincia del Paraguay en una etapa avanzada de su evolución social y con los elementos constitutivos propios de una nación. Los conquistadores españoles radicados desde 1537 a orillas del río Paraguay, en unión con los guaraníes originaron, a través de los años, un pueblo numeroso, homogéneo, trabajador y valiente, que sabía lo que el Paraguay, fundador de ciudades, significo en la civilización del Río de la Plata a Buenos Aires, se enorgullecía de su ascendencia hispánica y poseía una robusta conciencia nacional.
El sentimiento nacional hundía sus raíces en una larga historia de infortunios sufridos en común. Primitivamente centro de la conquista y de la colonización, desplazado el eje del Río de la Plata a Buenos Aires, el Paraguay quedó confinado dentro de sus selvas, donde lejos de las grandes rutas comerciales y olvidado casi de la Corona, su pueblo soportó duras pruebas que vigorizaron su temple, le dieron un sentido heroico de la vida e hicieron del espíritu igualitario la base social de la comunidad. “Todos convienen en considerarse iguales”. El Paraguay, en su aislamiento y a los golpes de la necesidad, forjó instituciones peculiares, como la de servicio militar obligatorio y gratuito, y se acostumbro a vivir su propia vida, a lo cual contribuyó el incansable ejercicio de la facultad que le otorgó la famosa Cédula de 1537 para elegir, en caso de vacancia, sus gobernantes adinterim. El Paraguay era una comunidad turbulenta, con espíritu crítico aguzado por la adversidad, cuando se inició en América la liquidación del Imperio español.

El Paraguay no estaba satisfecho del régimen colonial.
Sobre la vida económica del Paraguay gravitaban anomalías que la hacían languidecer. El país poseía el monopolio natural de algunos productos nobles, como la yerba, que se consumía en toda América, y sobre los cuales las leyes impositivas cargaron la mano en forma de sisas, alcabalas y arbitrios con excesivo rigor. Mientras que e oro no pagaba sino un quinto, la yerba rentaba en 1778 diez veces más su valor, y al llegar a ciertos puntos esta proporción aún eran mayor. La industria yerbatera, que podía cimentar el florecimiento de la Provincia, le dejaba escaso provecho. Lo mismo ocurría con los otros productos paraguayos. Irritaba más esta situación si se consideraba que el importe de las gamelas paraguayas era destinado a costear fortificaciones y tropas en Santa Fe, Montevideo, Chile y Perú, y aún la guerra contra los piratas de los mares del Sur, en tanto que los paraguayos estaban obligados a prestar servicios periódicos sin paga y aportando cada uno caballos y víveres, en los numerosos fuertes y en las frecuentes incursiones contra los indios del Chaco. En vano la Provincia imploró la cesación de esta “insoportable e inicua pensión”. Cuando la corona modificó el sistema fue sólo para eximir de la obligación de las milicias a los cosecheros de tabaco. La corona consagró una injusticia para crear otra institución no menos odiosa: la del Estanco del Tabaco. Tal como era manejado, con fines exclusivamente fiscales, se prestaba a abusos y no aseguraba el productor paraguayo sino un mínimo provecho. Otra institución que retardó el progreso fue la del puerto preciso, creada en exclusivo beneficio de Santa Fe.
Después de muchas imploraciones el Paraguay obtuvo la desaparición de esta cruel imposición, pero ello dejó en el alma paraguaya un sentimiento de amargura y la conciencia de que sus quejas dificilmente llegaban a oídos de la lejana Corona.

Las ideas de la Revolución no eran ajenas al Paraguay.
La insurrección contra España se hizo al influjo de las doctrinas proclamadas por la Revolución Francesa. En la teoría de la soberanía popular justificó el pueblo de Buenos Aires la deposición del virrey Cisneros a la constitución de un gobierno nacional. Cautivo Fernando VII, el pueblo resumía su soberanía designando la autoridad que en su nombre ejercería el poder. La idea central de la Revolución americana no era extraña al corazón paraguayo. El Paraguay había tenido su Revolución Comunera (1717 – 1735), que proclamó principios idénticos a los que Francia universalizó y Buenos Aires adoptó. La tradición revolucionaria y libertadora paraguaya venía de lejos. Los primeros conquistadores trajeron la simiente de las comunidades peninsulares, simiente que brotó briosa en la selva paraguaya. El partido de Irala fue denominado “comunero”.

El Congreso General rechaza las proposiciones de Buenos Aires.
Ni el gobernador Velazco ni el Cabildo de Asunción quisieron tomar solos determinación alguna en la graven cuestión planteada por la Junta de Buenos Aires. Convocaron un Congreso General, que se reunió el 24 de julio de 1810, integrados por los miembros del clero, del ejército, del Cabildo, de las magistraturas y corporaciones, comerciantes, hacendados y diputaciones de las villas y poblaciones del interior. El gobernador Velazco propugnó el desahucio de la pretensión porteña que, de ser admitida, podía embeber la caducidad de su propia autoridad, y exhibió documentos que comprobaban la existencia en España de un Consejo de Regencia, reconocido como depositario del poder del Rey durante su cautiverio.
El Congreso resolvió jurar inmediatamente obediencia a dicho Consejo de Regencia que se guardará armoniosa correspondencia y fraternal amistad con junta provisional de Buenos Aires.
El Paraguay se aprestó a ponerse en condiciones de hacer frente a las contingencias que podía acarrearle su negativa a reconocer a la Junta de Buenos Aires. La nota de Buenos Aires era explícita: anunciaba el envío de una fuerza militar. Y el corone Espínola no fue menos categóricos en las amenazas que profirió al huir. Velazco llamó a los paraguayos para la defensa de la patria proclamada que Buenos Aires quería conquistar el Paraguay. Seis mil hombres acudieron al llamamiento “como si un rayo hubiese herido los corazones de estos incomparables provincianos”, recordó después Velazco.

Buenos Aires decreta una expedición al Paraguay.
Sin esperar la comunicación de las resoluciones del Paraguay, la junta de Buenos Aires decidió despachar la expedición auxiliar. Fue destinado a realizarla el ejercito que, puesto bajo el mando de Manuel Belgrano, se estaba organizando para la Banda Oriental. Según instrucciones Belgrano debía pasar primeramente a las Misiones y luego al Paraguay, para poner a la Provincia “en completo arreglo”, si hubiese resistencia se le autorizaba a ejecutar al Obispo, al Gobernador y a los principales causantes de la resistencia. El corone Espínola informó que escasas fuerzas bastaría para que tomara aliento el poderoso partido porteñista que, afirmaba, había dejado en el Paraguay. Por esta razón Belgrano llevó escasos efectivos, entre ellos varios paraguayos, como el mayor José Ildefonso Machain y los hijos del coronel Espínola.

Belgrano es derrotado en Paraguarí.
El 10 de diciembre de 1810 el ejército de Belgrano, que alcanzaba 1500 hombres, vadeó el Paraná, después de sostener corta escaramuza con la guardia de Campichuelo, y comenzó a internarse en territorio paraguayo. Las proclamas e intimaciones profusamente distribuidas no surtieron efecto. Ni enemigos que combatir ni amigos que ayudasen aparecieron en el largo y desamparado trayecto. Al fin ambos ejércitos se avistaron en Paraguari, el 15 de enero de 1811. Nuevamente Belgrano intento persuadir a los paraguayos mediante proclamas y ejemplares gacetas de Buenos Aires lanzados desde las alturas de los cerros vecinos. Pero aunque los papeles fueron ávidamente recogidos, Belgrano no notó sus efectos. “Desde que atravesé el Tebicuarí escribió a la Junta, no se me ha presentado ni un paraguayo, ni menos los he hallado en sus casas; esto, unido al ningún movimiento hecho hasta ahora en nuestro favor, y antes por el contrario, presentarse en tanto número para oponérsenos, le obliga al ejército de mi mando a decir que su título no debe ser de auxiliador, sino de conquistador del Paraguay”.
Tres días estuvieron ambos ejércitos ocupados en guerrillas, hasta que el 19 de enero de 1811, simultáneamente, decidieron atacar. Pero Belgrano tomó la delantera y llevó en seguida la confusión al centro de las fuerzas paraguayas, que se retiraron dispersas. Velazco casi cayó prisionero y, creyendo todo perdido, huyó a refugiarse en la cordillera cercana. Cavañas y Gamarra, que mandaban las alas, se repusieron de la sorpresa y obrando de concierto aislaron a las fuerzas atacantes desprendidas de sus bases en persecución del centro paraguayo. Luego maniobraron para envolver al resto del ejército porteño, pero Belgrano creyó prudente ordenar la retirada abandonando 120 prisioneros en poder de los paraguayos. La fuga de Velazco dejó sin cabeza al ejército paraguayo e impidió que se tomara disposición para perseguir a los porteños. La batalla de Paraguarí estaba ganada por el Paraguay. Pero Belgrano no era el único derrotado. También lo fue el gobernador Velazco, cuya inesperada fuga le concitó el desprecio general.

Despierta la conciencia nacional.
La guerra porteña fue de grandes efectos morales. Sirvió para mostrarle a españoles y porteños la vigorosa realidad del patriotismo paraguayo. El Paraguay en masa había acudido a los campamentos a la invocación de la Patria hecha por el gobernador español en sus inflamadas proclamas. “Como si un rayo anotó Velazco hubiese herido los corazones de estos incomparables provincianos, me hallé a los dos días de haberse circulado los avisos con más de 6000 hombres prontos a derramar la última gota de sangre antes que rendirse”. Y Belgrano informó asombrado a Cornelio Saavedra acerca del entusiasmo de los paraguayos, bajo en concepto de que, oponiéndose a las miras de Buenos Aires, defendía su patria, la religión y lo que hay de más sagrado, recalcando: “así es que han trabajado para venir a atacarme de un modo increíble, venciendo imposibles que sólo viéndolos pueden creerse: pantanos formidables, el arroyo a nado, bosques inmensos e impenetrables, todo ha sido nada para ellos ; pues su entusiasmo todo lo ha allanado; ¡qué mucho! si las mujeres, niños, viejos, clérigos y cuantos se dicen hijos del Paraguay están entusiasmados con su patria…”
No podía sorprenderles su propio patriotismo a los paraguayos, pero sí la revelación súbita de su propio volver. La guerra había sido ganada a un adversario, si bien inferior en número, superior en armamentos y recursos, con el sólo esfuerzo nacional, y pese a la defección española. Despertaba de golpe, la conciencia de que la nación era capaz y al soplo de las nuevas ideas propaladas por los porteños se vivificaron viejas y adormecidas doctrinas. El pensamiento comunero de la soberanía popular resurgió potente a la superficie, para sustentar el derecho del pueblo paraguayo a romper, por su propia voluntad, suprimiendo las rémoras del régimen colonial que entorpecían su bienestar.
La campaña militar tuvo un final inesperado: se operó sobre el mismo campo de Tacuarí la completa reconciliación con Buenos Aires. El pueblo paraguayo había acudido a los campamentos no por odio a la capital del Virreinato, sino porque creían mortalmente amenazada su libertad. Entre Asunción y Buenos Aires no había divergencia de intereses. El Paraguay gemía bajo un régimen absurdo del cual no era responsable ni beneficiario Buenos Aires. Las gabelas que abrumaban al comercio se pagaban en beneficio de otras ciudades, Buenos Aires, por boca de Belgrano, venía a ofrecer la tan ansiada libertad al Paraguay. La odiosidad que la invasión había creado en torno de los porteños se trasladó sobre el régimen colonial, donde estaba la raíz de muchos males.

En la opinión se diseñan tres tendencias.
El cambio producido no significó que la opinión estuviera uniformada. Había gran confusión y tendencia contradictorias. Por un lado se conspiraba activamente, por el otro se hacía preparativo de defensa del régimen amenazando mortalmente. Se distinguieron tres corrientes antinómicas que chocaban entre sí. En primer término el núcleo, poco numeroso pero selecto, de los españolistas, que se encasillaron en el Cabildo jurando odio eterno a Buenos Aires y se proponían aplastar la subversión. Contaban con el apoyo del viejo patriciado paraguayo y de reputados militares nacionales.
En el otro extremo estaban los porteñistas, ocultamente dirigidos por el asesor del gobernador, el doctor Pedro Somellara, y entre los cuales figuraban algunos paraguayos de nota, como el doctor Ventura de Bedoya y Fray Fernando Caballero; buscaban la cesación del poder español y la sujeción de la Provincia de Buenos Aires.
No atinaban a encontrar la fórmula que conciliase su deseo de unión con Buenos Aires con su voluntad de conquistar la libertad de la patria. Su inclinación excesiva a las ideas de Buenos Aires amenazaba llevar al Paraguay por un declive peligroso. Pero en su retiro de Ybiray estaba gestando su fórmula y acariciando sus sueños el doctor Gaspar Rodríguez de Francia.

Conciertan los españoles la ayuda de Portugal.
Si Velazco se mostraba vacilante no ocurrió así en el Cabildo, el cual recordó, para sus fines, la ayuda militar insistentemente ofrecida por Portugal, a cambio del reconocimiento de los eventuales derechos de la inquieta e intrigante princesa Carlota Joaquina a la Corona de España. Ya a principios de enero de 1811, el embajador de España en Río de Janeiro había ofrecido ayuda a Velazco por intermedio de Diego de Souza, gobernador general de Río Grande, Velazco había aceptado interceptar la retirada de Belgrano y Cavañas escribió a Suoza indicándole el paso del Itaibaté para vadear el Paraná los refuerzos solicitados. Souza anunció entonces a Velazco que 1000 hombres marchaban hacia San Boria listos para obrar contra Buenos Aires de acuerdo con Velazco, entre el Paraná y Uruguay, aunque no era de parecer que esas fuerzas fueran al Paraguay.
Desaparecido el peligro con la capitulación de Tacuarí, Velazco escribió a Souza aprobando la alianza portuguesa-paraguaya, pero dejando al arbitrio del virrey Elío la aceptación del plan. Souza destacó al teniente José de Abreu con la misión de reiterar al Paraguay la protección portuguesa y concertar con Velazco y el Cabildo operaciones militares en la Banda Oriental, donde la situación del virrey Elío era desesperada. Abreu llegó a Asunción el 9 de mayo. Tropezó con la oposición de Velazco, que ya no creía necesaria la cooperación portuguesa; pero el Cabildo, resulto a llevar a todo trance la guerra contra Buenos Aires, incluso fuera de las fronteras paraguayas , después de largas deliberaciones efectuadas a puertas cerradas y en medio de la expectativa nerviosa del público, resolvió el 13 aceptar las proposiciones de Souza, colocando a la Provincia bajo la protección de Portugal para mejor defender los derechos de Fernando VII y de sus legítimos sucesores, entre los cuales quedaba reconocida implícitamente la princesa Carlota Joaquina.

El 14 de mayo de 1811 estalla la Revolución.
Hirvió de indignación la Asunción cuando corrió como un relámpago la noticia de que el partido españolista había resuelto entregar la Provincia al Portugal. Desde los tiempos trágicos de las “bandeiras” el Paraguay odiaba a Portugal. No se olvidaba la implacable destrucción del floreciente Guairá; Igatimí y Alburquerque eran páginas de dolor en la historia de la Provincia. Los indecisos tomaron partido en contra del Cabildo; el descrédito cayó sobre los españolistas, que ya no atinaron a reaccionar. Velazco por oculta delación, conoció el plan subversivo, pero estaba moralmente aplastado y a nada se decidió. El 14 de mayo trascurrió en medio de gran agitación. Se resolvió resolver esa misma noche el levantamiento para impedir la salida del emisario portugués Abreu, señalada para el 15.
El capitán Pedro Juan Caballero debía tomar el cuartel a la hora de la queda, cando el mayor de la plaza de la Cuesta saliera para la ronda habitual. Esa noche estaba en la guardia el capitán Mauricio José de Troche, uno de los complotados y cuyo relevo se había prolongado gracias a la complicidad del asesor Somellera. En el cuartel no había sino 34 soldados curuguateños. Después de las ocho de la noche, Caballero, Itirbe y demás complicados franquearon, sin dificultad, las puertas del cuartel. Las campanas de la catedral, en la soledad de la noche, tocaron a rebato, llamando al pueblo al cuartel. Inmediatamente Caballero se proclamó comandante. Los presos políticos puestos en libertad fueron armados, y se adoptaron disposiciones para prevenir cualquier reacción. En total no había más de 72 hombres, pero disponían de toda la artillería de la plaza y abundantes municiones. Más que el número y las armas les daba fuerza la intuición de su responsabilidad histórica. En sus manos estaba el destino de la nación paraguaya.
Enterados de la novedad, algunos capitulares, el comandante Gamarra, ele emisario portugués y otras personas, acudieron a la residencia del gobernador, situada a menos de cien metros del cuartel. Gamarra se ofreció para tomar el cuartel a viva fuerza. Contaba con los barcos de la bahía, con su guardia de granaderos y con el cuerpo de miñones. Pero Velazco no quería derramamiento de sangre e intentó someter a los sublevados pacíficamente: Gamarra fue destacado ante el cuartel, donde le negaron la entrada, aún cuando invocara su calidad de paraguayo. Una segunda misión, a cargo de un oficial, ya fue recibida a tiros. El tercer emisario, el mayor Cabrera, tuvo otra suerte: le abrieron la puerta del cuartel, pero fue para arrestarlo y maniatarlo. Sin desalentarse por estos fracasos, Velazco envió a Fray Inocencio Cañete, tenido en opinión de santo, para conocer a lo menos las pretensiones de los sublevados. Tres veces intentó Fray Cañete que se le dejara entrar en el cuartel. Algunos oficiales le ordenaron que se retirase, “pues no necesitaba de más pláticas”, pero Caballero, más urbanamente, le pidió que le dijera al gobernador que estuviese tranquilo, puesto que por la mañana los sabría todo.

Caballero intima a las primeras horas del 15 a Velazco.
Transcurrieron muchas horas antes de que los sublevados dieran a conocer sus exigencias. Esperaron, tal vez, instrucciones de Francia, o que Cavañas, urgentemente llamado, viniera a incorporarse a la Revolución, a lo cual, con gran sorpresa general, se negó alegando que sólo vendría si fuera llamado por el gobernador. Era más de media noche cuando llegó a la residencia de Velazco el alférez Vicente Ignacio Iturbe, portador de una carta en la que Pedro Juan Caballero, por él y sus subalternos, exponía las exigencias de la Revolución. “En atención comenzaba el oficio que llevaba fecha 15 a que la Provincia está cierta de que habiéndola defendido a costa de su sangre, de sus vidas y de sus haberes del enemigo que lo atacó, ahora se va a entregar a una Potencia Extranjera que no la defendió con el más pequeño auxilio, que es la Potencia Portuguesa, este Cuartel, de acuerdo con los oficiales patricios y demás soldados, no puede menos que defenderla con los mayores esfuerzos”.
Para tal efecto se reclamaba la entrega inmediata de todo el armamento que estaba fuera del cuartel. El gobernador podía seguir en el Gobierno, pero asociados a dos diputados designados a satisfacción del cuartel, mientras llegara los demás oficiales de la plana mayor, “que entonces se tratará y se establecerá la forma y modo de gobierno que convenga a la seguridad de esta Provincia”. Se exponían otras exigencias: debía separarse del lado del gobernador de su sobrino don Benito Velazco y al ministro tesorero José Elizalde, sobre quienes recaía el odios general; había que cerrar la Casa de Gobierno y el Cabildo; ningún barco podía moverse del puerto; tanto el ayudante de Velazco, José Teodoro Cruz Fernández, como los miembros del Cabildo, tenían que ser destruidos y puestos en prisión.
Velazco no dio respuesta inmediata al ultimátum de Caballero, vacilante acerca del partido a tomar. Su dilación fue aprovechada por un grupo de europeos, que, al amparo de la noche, intentaron a la noche asaltar al cuartel, pero fueron fácilmente dispersados. Para obligar a Velazco a apresurar su decisión, Caballero resolvió sacar a las tropas del cuartel a la calle. Sus fuerzas, acrecidas con el aporte de numerosos patriotas, tomaron posiciones en actitud de asaltar la Casa de Gobierno.
Si Velazco quería evitar la sangre, los patriotas no se hallaban más resueltos a iniciar las hostilidades. Como hábil estratagema para impedir la reacción españolista se pensaba conservar a Velazco en el gobierno, y esto hubiera sido imposible si se apelaba a las armas. Caballero destacó nuevamente a Iturbe, retirando su anterior intimación. Velazco, sin contestar directamente a Caballero, dispuso que el Obispo García Panes y otros eclesiásticos se personaran ante las tropas para procurar, una vez más, un arreglo pacífico. El obispo se enteró de la inflexible determinación de los revolucionarios de no admitir otra solución que la aceptación incondicional de las exigencias del cuartel.

Capitulación de Velazco.
Resulto a no permitir nuevas dilaciones, por última vez Caballero despachó a Iturbe hasta la Casa de Gobierno. Esta vez Iturbe no llevaba sino un ultimátum verbal, que concedía al gobernador quince minutos de plazo para dar su respuesta. Velazco vio que toda resistencia era imposible y decidió capitular. La Revolución había triunfado. Una salva de cañonazos atronó los espacios y el pueblo, congregado en la plaza Mayor, prorrumpió en gritos de “¡Viva la Unión!”.
Consiguientemente a las proposiciones aceptadas por Velazco, había que nombrar los dos diputados que en nombre del cuartel se agregasen al Gobierno. Acerca de uno de los diputados no hubo discrepancia, pero sobre el otro diputado hubo alguna discusión. Somellera maniobró si éxito para ser elegido; el doctor Fernando de la Mora y el doctor Ventura de Bedoya excusaron su aceptación. Surgió el nombre del doctor Gaspar Rodríguez de Francia, en torno al cual hubo extenso debate, pero finalmente fue proclamado. Caballero escribió al doctor Francia que estaba en Ybiray, comunicándole su nombramiento y pidiéndole que viniese inmediatamente a la capital.

El 16 queda constituido el nuevo Gobierno.
A las ocho de la mañana del día 16 el doctor Francia llegó al cuartel. Su primera disposición fue suspender el envío del emisario especial que estaba por ser despachado a Buenos Aires para comunicar la Revolución. Caballero informó enseguida a Velazco la designación de los diputados del cuartel, que, en consorcio con el gobernador, daría expedientes a la provincia gubernativas, en la inteligencia de éste régimen sería interino hasta tanto se arreglara la forma definitiva de gobierno. Ese mismo día los dos diputados juraron ante Dios y ante una cruz, en el patio del cuartel, desempeñar fielmente sus oficios. Poco después Francia y Zavallos se dirigieron a la Casa de Gobierno a iniciar sus nuevas funciones. La Revolución había triunfado sin derramarse una sola gota de sangre.
Había que comunicar al pueblo las finalidades de la Revolución. Pero el pueblo no deseaba la sujeción a Buenos Aires, lo cual, tampoco era la intención de los jefes de la revolución. Esto no atinaba a conciliar su deseo de unión con Buenos Aires. El doctor Francia, que hasta entonces había sido el director oculto del movimiento, al aparecer a la luz y tomar resueltamente las riendas del gobierno, dio a conocer la fórmula que podía permitir al Paraguay allanar esa contradicción. El 17 el Triunvirato lanzó un manifiesto en el que estaba expuesta la solución. Se prevenía allí al pueblo “que siendo tan benéficas como pacíficas las miras e intenciones del presente Gobierno y sus consorcios, del mismo que las del expresado Comandantes y tropas acuarteladas dirigidas solamente a promover la mayor felicidad de la Provincia, no han tenido por causa y por objeto en la presente determinación en entregar o dejar esta Provincia al mando, autoridad o disposición de la de Buenos Aires, ni de otra alguna, y mucho menos el sujetarla a ninguna potencia extraña, y que todos los nominados, muy distante de semejantes ideas, no han tenido ni tienen otra de la de continuar con todo esfuerzo haciendo los sacrificios que sean posibles a fin de sostener y conservar los fueros, libertades y dignidad de esta Provincia, renaciendo siempre el desgraciado soberano bajo cuyos auspicios vivimos, uniendo y confederándose con la misma ciudad de Buenos Aires para la defensa común y para procurar la felicidad de ambas Provincias y las demás del Continente bajo un sistema de mutuo unión, amistad y conformidad, cuya base sea la igualdad de Derechos”. Por primera vez se lanzaba a la paz del Río de la Plata la palabra “Confederación”.

Se busca la amistad portuguesa.
El motivo ocasional de la Revolución fue la creencia de que Velazco quería entregar la Provincia a Portugal. El nuevo Gobierno no creyó, sin embargo, prudente romper con Portugal. El 20 de mayo de 1811 se le entregó a Abreu una nota para don Diego de Souza, en la que se manifestaban deseos de seguir cultivando relaciones amistosas con los pueblos de dominio portugués. Pero al mismo tiempo que se intentaba este acercamiento, se dieron instrucciones a los comandantes de fronteras para que vigilaran los movimientos portugueses.

Destitución del gobernador Velazco.
El gobernador Velazco firmaba mensualmente cuantos documentos le presentaban los otros triunviros. Su actitud demasiado pacífica, originó recelos. Cundió el temor de que los capitulares continuaran sus maquinaciones con Portugal. Las sospechas se convirtieron en convicción cuando se conoció una carta dirigida por Carlos Genovés a Velazco. Otras cartas interceptadas por las autoridades dieron motivo al cuartel para una nueva intervención. El 9 de junio anunciaron los jefes y oficiales, en un Bando que se había visto precisados a suspender en sus oficios y guardarlos en lugar seguro al gobernador Velazco y a los miembros del Cabildo, quedando encargados del gobierno interino Francia y Zavallos.
No solamente se aplicaba la energía de los patriotas contra el partido españolista. Los porteñistas no fueron tratados con mayores consideraciones. El doctor Somellera, que fuera ya eliminado de todas las deliberaciones del Gobierno, fue apresado, así como numerosos amigos que le secundaban en su labor proselitista. El Congreso General iba a reunirse sin que los dos partidos extremistas estuvieran en condiciones para ejercer la menor influencia.

El 17 de junio se inaugura el 1er Congreso.
Convocado para construir el definitivo régimen de gobierno y regular la forma de unión y relaciones con Buenos Aires, el 17 de junio de 1811 fue inaugurado el Congreso General. Estaba integrado por los miembros de los cuerpos civil, militar y eclesiástico de la Provincia, de las diversas corporaciones, vecinos principales de la capital y compañías, invitados para concurrir mediante esquelas, y diputados de las villas y poblaciones del interior, elegidos en juntas de vecinos principales a simple pluralidad de votos. Eran no menos de 26 congresistas, de los cuales sólo cuatro de nacionalidad española. Presidieron la asamblea, los asociados doctor Francia y capitán Cevallos y el comandante del cuartel, capitán Pedro Juan Caballero, quienes abrieron el acto con un mensaje en que explicaron los propósitos de la convocatoria y el espíritu que animaba a la Revolución, y declararon que la Asamblea tenía completa libertad para tomar decisiones. “La Provincia del Paraguay decían, volviendo del letargo y de la esclavitud, ha reconocido y recobrado sus derecho y se halla hoy en plena libertad para cuidar y disponer de sí misma y de su propia felicidad”.
Todos los ciudadanos que habían concurrido al Congreso, recuerda Molas, manifestaban la mas tierna y dulce sensación al contemplarse libres y con plena facultad de votar, según su conciencia, sobre la forma de gobierno que los había de regir en adelante. En todas las conferencias no hubo disensiones ni contiendas que dividiesen los ánimos ni la uniforme opinión popular.

Se constituye una junta gubernativa presidida por Yegros.
En virtud de haber sido proclamado las proposiciones de Molas, el Congreso resolvió el cese definitivo del gobernador Velazco y la constitución de una Junta Superior Gubernativa, presidida por el teniente coronel Fulgencio Yegros e integrada en calidad de vocales, por el doctor José Gaspar de Francia, el capitán Pedro Juan Caballero, el doctor Francisco X. Bogarín y don Fernando de la Mora. La Junta no debía durar más de cinco años y su reemplazo tenía que verificarse en Congreso General. Su presidente debía ser el comandante general de armas y al mismo tiempo suplir las veces de juez de alzadas para las causas mercantiles. También se decidió la privación de sus oficios a los miembros del Cabildo, a excepción del alcalde provincial Manuel Juan Múxica, y se autorizó a la Junta a construir el nuevo Ayuntamiento. Acerca de las cualidades requeridas para llegar a las funciones públicas se decretó que tendrían acceso a ella los naturales, siempre que concordaron sus opiniones con las adoptadas por el Congreso, y aún los americanos, con tal que uniformaran también sus ideas “con las de este Pueblo”. Los españoles quedaron inhabilitados para el mismo efecto, haciéndose expresa excepción en favor del capitán Zavallos, por los servicios que había prestado a la Revolución.

Se resuelve la unión con Buenos Aires.
Quedó resuelto, con un solo voto en contra, que “esa Provincia no sólo tenga amistad, buena armonía y correspondencia con la ciudad de Buenos Aires y demás provincias confederadas, sino que también se una con ellas con el efecto de formar una sociedad fundada en principio de justicia, de equidad y de igualdad” bajo las siguientes condiciones: 1º El Paraguay aceptaba enviar un diputado al Congreso General de la Provincia con el fin de arreglar la Autoridad Suprema Superior y de dictar la Constitución; 2º Cualquier reglamento, forma de gobierno o Constitución que se dispusiera en el Congreso General no obligaría a la Provincia hasta tanto que se ratificase por el voto de sus habitantes y moradores; 3º Mientras que no se formara el Congreso General, la Provincia se gobernaría por sí misma sin reconocer ninguna jurisdicción de la Junta de Buenos Aires; 4º Querdarían suprimidos los impuestos de sisa y arbitrio sobre la yerba que se cobraba en Buenos Aires para que la Provincia pudiera gravarla con destino a sus propias necesidades; 5º Extinguido el Estanco del Tabaco, quedaría este producto y todos demás del país de libre comercio con otras provincias. El congreso designó, diputado al doctor José Gaspar de Francia.
Son suprimidos el Estanco y el servicio militar gratuito. La Provincia en libertad de determinarse por sí misma, aplicó su voluntad a la inmediata supresión de los dos gravámenes que mayormente entorpecían su vitalidad. El congreso de Junio decretó la libertad de comercio extinguiendo el Estanco de Tabaco, y al mismo tiempo puso fin al servicio militar general, obligatorio y gratuito, disponiendo la creación de tropas remuneradas, a cuyo efecto creo los recursos necesarios.

Bibliografía: Efraím Cardozo. Paraguay Independiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La Constitución de 1940.

Se busca normalizar al país Después de la liquidación definitiva del pleito del Chaco volvieron a aflorar las inquietudes políticas y socia...